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Quinta unidad

Oposición y rechazo

"Healing of the man born blind" by El Greco

Sumario

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La trama se intensifica en esta parte del Evangelio, ya que Jesús sigue reinterpretando y renovando elementos importantes del Antiguo Testamento. Por ejemplo, en esta sección reinterpreta el significado del sábado, el maná y las fiestas de los Tabernáculos y la Dedicación. También comienza a llamar a Dios su Padre y afirma ser el buen pastor.  Las acciones y enseñanzas de Jesús comienzan a causar divisiones entre el pueblo y sus enemigos comienzan a perseguirlo abiertamente. 

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Objetivos de aprendizaje

 

Habrás completado con éxito esta unidad cuando puedas:

 

  • Explicar por qué Jesús trabajó en sábado.

  • Describir cómo Jesús se presentó como el nuevo Moisés que nos proporciona un nuevo maná.

  • Describir cómo Jesús reinterpretó las fiestas de los Tabernáculos y de la Dedicación.

  • Explicar la imagen de Jesús, como el Buen Pastor.

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Introducción

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En esta sección del libro de los signos (capítulos 5 a 10), Jesús sigue renovando las instituciones y tradiciones de la antigua alianza, cumpliéndolas y reinterpretándolas. Y la fe sigue siendo un tema importante.

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“En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.” (5, 24)

 

“La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado.” (6, 29)

 

“El que cree en mí; como dice la Escritura: ‘de sus entrañas manarán ríos de agua viva.’” (7, 38)

 

“Si no creéis que ‘Yo soy’, moriréis en vuestros pecados.” (8, 24)

 

“¿Crees tú en el Hijo del hombre?” (9, 35)

 

“Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre." (Jn 10, 37–38)

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Sin embargo, la intensidad de la trama aumenta drásticamente cuando las acciones y las enseñanzas de Jesús empiezan a causar divisiones entre la gente. Algunos responden positivamente a su invitación a creer en él.  

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De la gente, muchos creyeron en él. (7, 31)

 

Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él. (8, 30)

 

Y muchos creyeron en él allí. (10, 42)

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Pero otros, en especial sus parientes y los que tienen autoridad, no lo hacen.

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Y es que tampoco sus hermanos creían en él. (7, 5)

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Los fariseos les replicaron: “¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la ley son unos malditos.” (7, 47–49)

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Debido a su falta de fe, no solo rechazan a Jesús, sino que comienzan a perseguirlo:

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Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado. (5, 16)

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Intentan detenerlo:

 

Oyeron los fariseos que la gente comentaba estas cosas sobre él, y los sumos sacerdotes y los fariseos enviaron guardias para apresarlo. (7, 32)

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E incluso intentan matarlo:

 

Después de estas cosas, recorría Jesús Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. (7, 1)

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Sin embargo, esto no debería sorprendernos, pues Juan ya nos había advertido de ello en el prólogo.

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Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. (1, 11)

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A continuación, estudiaremos las partes principales de esta sección para comprender de qué manera contribuyen al desarrollo de la trama.

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El sábado reinterpretado

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La tercera señal de Jesús es la sanación del paralítico. Al realizar este milagro durante un sábado, estaba redefiniendo su ignificado y finalidad. 

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Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. [«que esperaban el movimiento de las aguas; pues el ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y se movía el agua y el primero que descendía a la piscina tras el movimiento de agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera».] Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado (5, 1–9)

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No sabemos cuándo se produjo este signo, ya que Juan se limita a decirnos: "después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén"; es decir, ocurrió después del signo anterior -la curación del hijo del funcionario-, pero no se nos dice cuánto tiempo había pasado entre ambos acontecimientos. Tampoco se nos dice qué fiesta fue, sino que solamente se celebraba una fiesta de los judíos.

 

¿Qué fiesta podría haber sido? Se han planteado varias repuestas. Hay buenas razones para creer que pudo ser Pentecostés. En primer lugar, la fiesta anterior mencionada en el Evangelio es la Pascua. Según el calendario judío, Pentecostés es la fiesta que le sigue, ocurriendo siete semanas después de la Pascua. En segundo lugar, se nos dice que este tercer signo ocurrió en sábado, y Pentecostés siempre caía en sábado. Por último, esto explicaría por qué Jesús, que había estado ministrando en Galilea, subió a Jerusalén. Según la ley judía, Pentecostés era una de las tres fiestas en las que los varones judíos estaban obligados a subir a Jerusalén para ofrecer los correspondientes sacrificios. Pero ésta es sólo una entre varias opiniones. Otros afirman que podría haber sido Tabernáculos, o Rosh ha-Shanah, o incluso la siguiente Pascua.

 

La verdad es que no podemos saber con seguridad qué fiesta fue, pero probablemente no tiene importancia. Lo particular de este pasaje es que se trata de la única fiesta que no se especifica en todo el Evangelio. Puede ser que Juan no lo haya mencionado para no distraernos de otro detalle importante que quería que notáramos: este signo ocurrió en sábado.

 

El milagro de Jesús prepara el terreno para la discusión que sigue sobre el significado del sábado. En la época de Jesús se creía que la ley prohibía realizar sanaciones en ese día. Encontramos esta idea en el Evangelio de Lucas.

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Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, se puso a decir a la gente: “Hay seis días para trabajar; venid, pues, a que os curen en esos días y no en sábado”. (Lc 13, 14)

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El Talmud de Jerusalén (una compilación de tradiciones judías) prohíbe la recitación de aquellas partes de las Escrituras que se utilizaban para curaciones y exorcismos. Y otros escritos rabínicos prohíben explícitamente cargar la cama en sábado. Aunque estos textos se escribieron siglos después, es probable que estas normas ya existieran en la época de Jesús. Por eso, los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: ‘Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla” (5, 10).

 

De hecho, la observancia del sábado era tan importante que ésta era una de las principales razones por las que los adversarios de Jesús deseaban matarlo. “Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado” (5,16). Aclarar el verdadero significado del sábado debió de haber sido, por tanto, una prioridad para Jesús, ya que lo encontramos rompiéndolo constantemente.

 

  • Permite a sus discípulos arrancar trigo (véase Mc 2, 23; Mt 12, 1)

  • Enseña que el sábado se hizo para el hombre y que el Hijo del hombre es señor del sábado (véase Mc 2, 27–28; Mt 12, 8)

  • Sana a un hombre que tenía una mano seca (véase Mc 3, 5, Mt 9, 13)

  • Cura a una mujer que “desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y estaba encorvada, sin poderse enderezar de ningún modo”(Lc 13, 10–17)

  • Sana un hombre enfermo de hidropesía (véase Lc 14, 1–6)

  • Le da la vista al ciego de nacimiento (véase Jn 9)

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En los evangelios sinópticos, Jesús defiende sus acciones por motivos humanitarios.

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Pero el Señor le respondió y dijo: «Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata en sábado su buey o su burro del pesebre, y los lleva a abrevar? Y a esta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no era necesario soltarla de tal ligadura en día de sábado?». (Lc 13, 15–16)

 

Pero en el Evangelio de Juan, su razonamiento es más teológico: “Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo” (5, 17). ¿Qué habrá querido decir con esto? Según el Génesis, Dios descansó de su trabajo creador en el séptimo día de la creación (véase Gn 2, 2–3). Esta es la razón por la que los judíos tenían que descansar el sábado. Todos aceptaban esto, pero los rabinos debatían si Dios también descansaba ese día. La mayoría estaba de acuerdo en que no dejaba de trabajar por completo porque si lo hiciera, si dejara de mantener providencialmente al universo, éste cesaría de existir. También creían que Dios seguía dando vida y recompensando el bien y castigando el mal, incluso en el sábado.

 

Jesús hace referencia a esta idea en su respuesta. Él trabaja en sábado porque sólo sigue el precedente establecido por su Padre. Si el Padre puede dar vida en sábado (los niños se conciben y nacen en ese día, como en cualquier otro día de la semana), entonces el Hijo también puede curar en sábado. Pero esto enfureció aún más a los judíos.

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Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. (5, 18)

 

Esta fue la segunda razón por la que querían matarlo. Romper el sábado era suficientemente grave, pero llamar a Dios su propio Padre parecía erradicar la distinción entre lo divino y lo humano.

 

Jesús se defiende invocando a sus testigos: Juan el Bautista, sus propias obras, el Padre (que habló de él en su bautismo) y las Escrituras. Pero también reconoce que los judíos no aceptarán su testimonio.

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Moisés y el maná reinterpretados

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En el siguiente capítulo, Juan vuelve a recurrir a imágenes del éxodo para presentar a Jesús como el nuevo Moisés que nos da el nuevo maná o pan del cielo. Para entender esto, primero debemos analizar el éxodo original. Allí vemos cómo Dios llamó a Moisés para liberar al pueblo de Israel de su esclavitud en Egipto.

 

En cuanto los israelitas salieron de Egipto, Moisés los condujo al monte Sinaí, para establecer un pacto con Dios. Después de esto, el pueblo pasó cuarenta años viajando hacia la Tierra Prometida. Allí, en el desierto, Dios los puso a prueba duramente, pero también los sostuvo. Les dio el maná, el pan del cielo, como alimento para su viaje.

 

Pero, como señala Brant Pitre, el maná era mucho más que un simple alimento. También era un anticipo de la Tierra Prometida[1]. ¿Cómo? Leemos que sabía “a torta de miel” (Ex 16, 31).  Esto corresponde a la descripción que hace Dios de la Tierra Prometida: una tierra que mana leche y miel. Así que, en cierto modo, al comer el maná, los israelitas ya estaban pregustando del fruto de la tierra. Además de alimentar sus cuerpos, el maná también alimentaba sus esperanzas. Una vez que entraron en la tierra, Dios dejó de darles el maná, porque ya no necesitaban alimentar sus esperanzas; ya estaban en la tierra.

 

Volviendo a Jesús, vemos cómo, al igual que Moisés, subió la montaña con sus discípulos, seguido por una gran multitud. Y luego, también como Moisés, les dio de comer. Cuando la gente vio esta señal, dijo: “Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo” (6, 14). ¿A qué profeta se referían? Ya hemos visto en una lección precedente que cuando los judíos hablaban del “profeta” se referían al profeta prometido por Dios a Moisés. “Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú” (Dt 18, 18).

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La gente reconoció que Jesús se estaba revelando como el nuevo profeta -es decir, el nuevo Moisés- y, por lo tanto, quería hacerlo rey. Pero él escapó de ellos porque esto no era lo que él pretendía. Entonces lo fueron a buscar y cuando lo encontraron en Cafarnaúm, comenzó a enseñar lo que se llama el "discurso sobre el pan del cielo". Les dijo:

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“En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios.” (6, 26–27)

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La gente quiere pan, pero Jesús les dice que busquen un alimento sobrenatural. Este es de nuevo otro ejemplo de cómo Jesús juega con las palabras para llevar a la gente de lo natural a lo sobrenatural. Ya lo hizo antes con Nicodemo (nacido de nuevo o nacido de arriba) y con la samaritana (agua natural o agua viva). Después de esto, Jesús les invita a creer en él.

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Ellos le preguntaron: «Y ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado». (6, 28–29)

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Entonces, le piden un signo para poder creer en él, y el signo concreto que le piden es que les dé el pan del cielo, es decir, el maná.

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Le replicaron: «¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”». Jesús les replicó: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». (6, 30–34)

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¿Por qué este signo? Según la Biblia, el maná original descendió del cielo: “haré llover pan del cielo para vosotros” (Ex 16,4). Algunos interpretaron esto como si hubiera existido en el cielo desde el principio de la creación. También creían que Dios seguía almacenándolo en el cielo, incluso después del éxodo. Debido a estas tradiciones, surgió la expectativa de que el Mesías, actuando como el nuevo Moisés, diera de nuevo el maná. Vemos esta idea en los siguientes escritos extrabíblicos:

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Y sucederá que cuando se cumpla todo lo que debe suceder en estas partes, el Mesías comenzará a ser revelado... Y los hambrientos se deleitarán y, además, verán maravillas cada día... Y sucederá en ese momento que el tesoro del maná volverá a bajar de lo alto, y comerán de él en esos años... (2 Baruc 29, 3.6-8)[2].

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Este texto judío fue escrito más o menos en la misma época que los últimos libros del Antiguo Testamento. Aunque los judíos y la mayoría de los cristianos no lo consideran inspirado (sin embargo, forma parte de la Biblia en la tradición ortodoxa siria), 2 Baruc es importante porque contiene tradiciones que podrían haber existido en los tiempos de Jesús, como ésta sobre el maná.

 

Jesús ya había realizado muchos signos para demostrar que era el Mesías. Pero éstos no bastaron para convencer a la gente. En cambio, le piden que les dé siempre pan del cielo. ¿Por qué? A pesar de sus numerosos milagros, todavía no estaban seguros de si era el Mesías o no. Esta petición le pone a prueba. “Danos pan del cielo”, le dicen. Debido a su expectativa de que el Mesías les iba a dar el pan del cielo, este milagro, más que cualquier otro, les habría hecho olvidar sus dudas. Jesús les responde diciendo:

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Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo. (6, 48–51)

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Es decir, él es el verdadero maná del cielo. ¿Pero cómo puede decirles que coman su carne? ¿Está promoviendo el canibalismo? A pesar de que esta idea es aborrecible para los judíos, insiste repetidamente en que sus discípulos deben comer su carne y beber su sangre.

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Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún. (6, 52–59)

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El lenguaje de Jesús es muy tangible. Una traducción más literal del griego en 6,54 sería “el que mastique mi carne y beba mi sangre tiene vida eterna”. ¿Estaba hablando literalmente o sólo simbólicamente? Esta pregunta ha provocado siglos de debate entre católicos y protestantes. Los católicos afirman que Jesús estaba hablando. Los protestantes, en cambio, creen que solo lo hacía simbólicamente. Un análisis completo de esta compleja cuestión teológica sobrepasaría el alcance de esta lección. Aquí quiero examinar esta cuestión desde un solo punto de vista: la relación tipológica entre el viejo y el nuevo maná.

 

Si Jesús fuera realmente el nuevo Moisés, entonces debería seguir su ejemplo y dar el maná a sus seguidores. Este nuevo maná, sin embargo, tendría que ser mayor que el maná original. Esto corresponde a la lógica de la Biblia. Si los tipos del Antiguo Testamento son solo imágenes o sombras de las realidades a las que apuntan en el Nuevo Testamento, entonces estas nuevas realidades (o antitipos, como se les llama en la teología) deben ser siempre superiores a sus correspondientes tipos. Así, el nuevo maná que Jesús nos da debe ser superior al antiguo maná de Moisés.

 

De hecho, Jesús afirma que su pan es muy superior al de Moisés.

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Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre. (6, 58)

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Sin embargo, esto no significa que Moisés les haya dado simplemente pan ordinario. No. El maná que Moisés dio fue maravilloso y milagroso. ¿Qué tan maravilloso fue? La Biblia lo llama el “pan de ángeles” (Sal 78,25). Fue tan maravilloso que los israelitas nunca vieron nada parecido ni antes ni después. Fue tan sagrado que lo guardaron en el Arca de la Alianza, en el Lugar Santísimo, junto con los demás objetos sagrados: las tablas de los Diez Mandamientos y el bastón de Aarón. Pero el maná de Jesús es aún mucho mayor.

 

El argumento tipológico a favor de la interpretación católica se basa en lo siguiente: En la lógica de la Biblia, un antitipo (la realidad a la que apunta el tipo) debe ser siempre mayor que su correspondiente tipo, que no es más que un signo y una sombra que lo señala. Así que, por muy maravilloso y santo que fuera el pan que dio Moisés, el pan que da Jesús debe serlo aún más. Por eso, no puede ser un pan cualquiera.  Tampoco puede ser un mero símbolo de la presencia de Dios, porque si fuera sólo eso, no sería mayor que el maná que dio Moisés. Por lo tanto, en conclusión, el pan que Jesús nos da debe ser el pan supersustancial que viene del cielo. Este nuevo maná es realmente, como dice Jesús, su cuerpo y su sangre, y sus discípulos deben comerlo.

 

Pero los judíos encuentran esto muy difícil de aceptar y murmuran contra de esta enseñanza:

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Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os escandaliza? (6, 60–61)

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Esto no debería sorprendernos dado que los israelitas también se quejaron del maná durante el éxodo:

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Los hijos de Israel se pusieron a llorar con ellos, diciendo: «¡Quién nos diera carne para comer! ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos! En cambio ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná». (Nm 11, 4–6)

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Incluso los apóstoles, con su educación judía, tenían dificultades para entenderlo. Sin embargo, a diferencia de los demás, ellos ya habían aprendido a confiar en Jesús, incluso cuando les enseñaba cosas difíciles.

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Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». (6, 67–68)

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En la Última Cena, la cena de la Pascua de Jesús, los apóstoles aprenderán cómo será esto. No tendrán que comer la carne y beber la sangre de su cadáver. Eso sí que sería canibalismo. Más bien, Jesús estaba hablando de la carne y la sangre de su cuerpo crucificado y resucitado. Después de la resurrección, su cuerpo fue glorificado y, por lo tanto, ya no está ligado ni al espacio ni al tiempo.

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La Fiesta de los Tabernáculos reinterpretada

 

La Fiesta de los Tabernáculos, o Sucot en hebreo, es la siguiente institución judía reinterpretada por Jesús. Originalmente se trataba de una fiesta agrícola, que marcaba el final de la temporada de cosecha, como nuestro Día de Acción de Gracias. Pero en el Libro del Levítico se le dio un significado religioso. Además de alegrarse por la abundancia de la bondad de Dios y poder descansar del duro trabajo de la cosecha, esta fiesta se convirtió en un recuerdo del cuidado providencial de Dios durante el éxodo, cuando los israelitas vivieron en tiendas durante cuarenta años mientras viajaban por el desierto.

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Desde el día quince del séptimo mes, después de haber recogido la cosecha, celebraréis la fiesta en honor del Señor durante siete días. El primer día será de descanso solemne e igualmente el octavo. El primer día tomaréis los frutos más hermosos de los árboles, ramos de palmera, ramas de árboles frondosos y de sauces de las riberas; y os regocijaréis en la presencia del Señor, vuestro Dios, por espacio de siete días. Todos los años celebraréis fiesta en honor del Señor durante siete días. Es ley perpetua para todas vuestras generaciones. La celebraréis en el séptimo mes. Durante los siete días habitaréis en cabañas. Todos los naturales de Israel morarán en cabañas, para que sepan vuestros descendientes que yo hice habitar en cabañas a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto. Yo soy el Señor, vuestro Dios”». (Lv 23, 39–43)

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La Fiesta de los Tabernáculos duraba siete días durante los meses de septiembre y octubre. Terminaba con una celebración especial en el octavo día. Era una fiesta muy popular y la ley prescribía que todos los hombres hábiles peregrinasen a Jerusalén. Durante este tiempo, la gente vivía fuera de la ciudad en tiendas improvisadas o tabernáculos para recordar el éxodo; de ahí su nombre.

 

La ceremonia de libación de agua -o de vertido de agua- era una parte importante de las festividades. En la mañana del primer día, una procesión de sacerdotes se dirigía a la piscina de Siloé para recoger agua en un recipiente dorado y llevarla al templo. Esto iba acompañado de una gran alegría y celebración: se sacrificaban animales y, cuando los sacerdotes llegaban al altar, se tocaba un cuerno. Los peregrinos agitaban entonces hojas de palma de dátiles y recitaban salmos. Los sacerdotes vertían esta agua con un poco de vino sobre el altar durante el servicio matutino de cada uno de los siete días de la fiesta. En el último día, esta ceremonia alcanzaba su punto álgido cuando los sacerdotes daban siete vueltas al altar antes de derramar el agua.

 

Este ritual expresaba la esperanza del pueblo de que Dios seguiría bendiciéndoles con la lluvia necesaria para obtener abundantes cosechas en el futuro. Pero también tenía un significado más religioso. Recordaba cómo Dios había proporcionado milagrosamente agua al pueblo en el desierto y anunciaba los ríos escatológicos de agua viva, previstos por los profetas.

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Después me condujo por la ribera del torrente. Al volver vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda. Me dijo: «Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal. Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente. (Ez 47, 6–9)

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Aquel día brotará una fuente para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, remedio de errores e impurezas. (Zac 13, 1)

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Esta información de fondo puede ayudarnos a comprender la fuerza de estas enseñanzas de Jesús durante las festividades.  

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El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie gritó: «El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”». Dijo esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado. (7, 37–39)

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También estaba aludiendo a la profecía de Isaías sobre los tiempos mesiánicos:

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Oíd, sedientos todos, acudid por agua. (Is 55, 1)

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Jesús profesaba ser el cumplimiento de la Fiesta de los Tabernáculos y la fuente de esta agua mesiánica. De manera similar, Jesús también proclamó durante la fiesta ser la luz del mundo.

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“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (8, 12)

 

La ceremonia de la luz era otro ritual que se celebraba durante la Fiesta de los Tabernáculos. A lo largo de toda la fiesta, por la noche, se encendían cuatro enormes menoras, situadas en el patio de las mujeres del templo. La gente bailaba durante la noche, sosteniendo antorchas en sus manos y cantando canciones. Se dice que la luz era tan brillante que iluminaba toda la ciudad. Esta ceremonia recordaba cómo Dios había guiado a los israelitas por el desierto y los había protegido con la columna de fuego.

 

La luz es también un motivo importante en todo el Antiguo Testamento.

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El Señor es mi luz y mi salvación, | ¿a quién temeré? (Sal 27, 1)

 

Lámpara es tu palabra para mis pasos, | luz en mi sendero. (Sal 119, 105)

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Te hago luz de las naciones, | para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra. (Is 49, 6)

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Con este  trasfondo en mente, se puede entender mejor lo que Jesús pretendía cuando afirmó ser la fuente de agua y la luz del mundo. Él es el cumplimiento de la Fiesta de los Tabernáculos.

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Oposición y rechazo crecientes

 

Juan subraya cómo los judíos empezaron a oponerse a Jesús a causa de estas eneñanzas y hechos. Nos dice que Jesús evitaba Judea porque la gente de allí quería matarlo porque había curado a un hombre en sábado y afirmaba ser el Hijo del Padre, haciéndose igual a Dios. También leemos cómo sus hermanos le animaron a subir a Jerusalén para la Fiesta de los Tabernáculos.

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Le decían sus hermanos: «Sal de aquí y marcha a Judea para que también tus discípulos vean las obras que haces, pues nadie obra nada en secreto, sino que busca estar a la luz pública. Si haces estas cosas, manifiéstate al mundo». Y es que tampoco sus hermanos creían en él. Jesús les dice: «Mi tiempo no ha llegado todavía, el vuestro está siempre dispuesto». (7, 3–6)

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¿Estaban siendo sinceros? Es difícil saberlo con seguridad. Por un lado, parece que pretenden ayudarle. Le dicen que debe ir a Judea para que la gente pueda ver sus milagros. Pero seguramente sabían que esto llevaría a su detención y como Juan nos dice que ni siquiera ellos creían en él, parece más probable que estuvieran siendo engañosos o hipócritas. Jesús lo reconoce y por eso les dice que aún no ha llegado su hora. En el Evangelio de Juan, el tiempo de Jesús siempre se refiere a su pasión y muerte.

 

Vemos ahora cómo el rechazo a Jesús es total. No solo es rechazado por los galileos (véase 4, 44), y por los judíos de Judea (véase 7:1), sino también por su propia familia. Incluso uno de los doce lo traicionará (véase 6, 71). Se cumple así lo que Juan escribió en el prólogo: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”. Aunque Jesús dice que no va a subir a Jerusalén para las festividades, acaba yendo de todos modos y empieza a enseñar en el templo.

 

A lo largo de esta sección vemos las diferentes formas en que las personas reaccionan ante él. Sus acciones y enseñanzas los han dividido. Algunos creen en él:

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De la gente, muchos creyeron en él y decían: «Cuando venga el Mesías, ¿acaso hará obras mayores que las que ha hecho este?». (7, 31)

 

Algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: «Este es de verdad el profeta». (7, 40)

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Otros cuestionan su pedigrí mesiánico. “¿Es que de Galilea va a venir el Mesías?”, se preguntan. Algunos incluso intentan detenerlo:

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Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora... Oyeron los fariseos que la gente comentaba estas cosas sobre él, y los sumos sacerdotes y los fariseos enviaron guardias para apresarlo. (7, 30.32)

 

Pero al final, nadie se atreve a ponerle las manos encima. Incluso los oficiales no lo arrestan porque dicen que nunca nadie ha hablado como él (véase 7, 44). Cuando Nicodemo intenta defender a Jesús diciendo que no se le puede juzgar sin que se le escuche, los otros fariseos le acusan de ser un galileo (véase 7, 50-52).

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En el octavo capítulo leemos cómo sus enemigos -los escribas y los fariseos- intentan tenderle una trampa. Le traen a una mujer sorprendida en adulterio.

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Le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. (8, 4–6)

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Pensaron que así lo atraparían porque cualquier respuesta que diera lo llevaría a la perdición. Si afirmaba que debían apedrear a la mujer según la ley, podrían acusarlo ante los romanos. La ley romana prohibía a los pueblos locales promulgar la pena capital. Pero si respondía que debían dejarla ir, podrían acusarlo de infringir la ley mosaica. Jesús, como de costumbre, se escapa fácilmente de sus artimañas: “Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra»” (8, 7).

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Entonces Jesús se inclinó de nuevo y siguió escribiendo con el dedo en el suelo. ¿Por qué hizo esto? ¿Y qué escribió? No lo sabemos porque Juan no nos lo dice. Algunos piensan que anotó los pecados de las mismas personas que acusaban a la mujer. Esto los habría movido a la vergüenza y al arrepentimiento. Por eso la dejan en paz. Otros dicen que solo estaba garabateando en la tierra para hacer pasar el tiempo. Una tercera opinión es que estaba cumpliendo una profecía que se encuentra en el Antiguo Testamento.

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El pecado de Judá está escrito | con un estilete de hierro,... Señor, esperanza de Israel, | quienes te abandonan fracasan; | quienes se apartan de ti | quedan inscritos en el polvo | por haber abandonado al Señor, | la fuente de agua viva. (Jer 17, 1. 13)

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La Fiesta de los Tabernáculos reinterpretada (continuación)

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Ya hemos visto cómo Jesús profesaba ser el cumplimiento de la Fiesta de los Tabernáculos. Enseñó que era la fuente de agua viva y la luz del mundo. Ahora, en el capítulo 9, confirma esta enseñanza con sus  acciones. Cura a un ciego de nacimiento.

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No sabemos cuándo tuvo lugar este milagro. La única pista que tenemos se encuentra en el primer versículo del capítulo. Dice “Y al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento”. Esto podría significar que ocurrió el mismo día o poco después de los acontecimientos precedentes, es decir, en el último día de la fiesta. La siguiente indicación de tiempo que hallamos se encuentra en 10, 22, cuando encontramos a Jesús enseñando una vez más en el templo durante la Fiesta de la Dedicación. Esta fiesta ocurría unos tres meses después de la Fiesta de los Tabernáculos. Así que, en cualquier caso, este milagro tuvo lugar dentro de este espacio de tiempo.

 

Los apóstoles le preguntan si el ciego ha nacido así a causa de sus propios pecados o los de sus padres. La suposición común en aquel tiempo fue que el sufrimiento era una consecuencia directa del pecado. Jesús refuta esta idea diciendo que “Ni este pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios” (10:3), y luego continúa diciendo:

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Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. (9, 4–5)

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Al hacer que Jesús declare de nuevo que es la luz del mundo, Juan nos está diciendo claramente que este milagro es una continuación de sus enseñanzas durante la Fiesta de los Tabernáculos. Cuando la luz brille en el mundo, algunos verán y llegarán a la fe, mientras que otros serán cegados por ella. El ciego podría representar simbólicamente a cualquiera de nosotros.

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Jesús cura al hombre escupiendo en el suelo, haciendo barro, ungiendo sus ojos con este barro, y luego diciéndole que se lave en el estanque de Siloé. Al hacer esto, infringió una vez más el sábado, como descubrimos en el versículo 14. Cuando estudiamos el capítulo 5, vimos que estaba prohibido curar en sábado, incluso si no se realizaba ningún trabajo. Es más, algunos habrían considerado que incluso la fabricación de barro y la unción de los ojos violaban el sábado. Esta repetición nos indica que estos dos pasajes están temáticamente relacionados.

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Entonces Jesús le dice al hombre que se vaya a lavar a la piscina de Siloé. Aquí, Juan interrumpe la narración para decirnos que “siloé” significa “enviado”. ¿Por qué haría esto si no nos estuviera diciendo algo importante? Juan podría estar sugiriendo que esta piscina representa a Jesús, quien es el enviado del Padre (véase 20, 21) y acaba de proclamar que “el que tenga sed, que venga a mí y beba” (7, 37). Algunos han visto también en esto un símbolo del bautismo. En cualquier caso, leemos que el hombre fue, se lavó y quedó curado.

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Por muy espectacular que fuera este milagro, el milagro espiritual es aún mayor. Cuando el hombre regresa, es interrogado tres veces: primero por sus vecinos, luego por los fariseos y finalmente por Jesús. Al principio, sigue ciego espiritualmente. “No lo sé” (9, 12), dice, en respuesta a sus preguntas sobre Jesús. Cuando los fariseos le piden su opinión sobre Jesús, responde: “Que es un profeta” (9, 17). Finalmente, Jesús le pregunta: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” (9, 35). A esto, responde: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” (9, 36). En cuanto Jesús le dice: “Lo has visto, y es él quien te habla” (9:37), el hombre responde: “Creo, Señor” y lo adora. El ciego ha entrado de lleno en la luz de Cristo porque ha empezado a creer en él.

 

Juan nos invita a comparar esto con la ceguera de los fariseos. Se obstinan en rechazar a Jesús y su ceguera espiritual les lleva a una ceguera casi física, pues ya no son ni siquiera capaces de aceptar lo evidente: que este hombre nació ciego, pero ahora puede ver. Esto nos recuerda lo que Juan ya había afirmado en el prólogo:

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El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. 10En el mundo estaba; | el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. (1, 9–10)

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Con este milagro, Jesús confirma lo que había enseñado anteriormente: Él es la luz del mundo que ilumina a los ciegos y conduce a la gente a la verdadera fe. Él es la fuente de agua viva que nos cura. Y sigue curando y dando vida, también en el sábado.

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El pastor de Dios reinterpretado

 

Hay varias motivos para pensar que el capítulo 10 es una continuación del capítulo 9 (recordemos que los libros de la Biblia no se dividieron en capítulos hasta el siglo XIII). En primer lugar, Juan nos da a menudo transiciones temporales entre las diversas secciones. Por ejemplo:

 

Después de esto… (6, 1)

Al día siguiente… (6, 22)

Una vez que sus hermanos se hubieron marchado a la fiesta… (7, 10)

 

Sin embargo, no encontramos al inicio del capítulo alguna transición que indique el comienzo de una nueva sección.

 

En segundo lugar, el capítulo 10 continúa la temática del capítulo 9.  En 10, 1-5, Jesús utiliza una figura retórica similar a una parábola. En la lección sobre el uso de parábolas en el Evangelio de Marcos, vimos que, en la Biblia, esta forma de hablar se utilizaba comúnmente para responder a los líderes malos. En este caso, cuando Jesús habla de ladrones y salteadores, los está comparando con los fariseos que acaban de expulsar de la sinagoga local al ciego que había curado.

 

En tercer lugar, el versículo 21 menciona la curación milagrosa del ciego.  

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Otros decían: «Estas no son palabras de un endemoniado; ¿cómo puede un demonio abrir los ojos a los ciegos?».

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Los acontecimientos que ocurren en el capítulo anterior constituyen, por tanto, el contexto inmediato de este capítulo. Para entender lo que quiere decir Jesús, hay que apreciar las imágenes que utiliza. La imagen básica consiste en un rebaño de ovejas. En la época de Jesús era común que los pastores se juntaran. Edificaban un recinto de piedra con una sola entrada para albergar a todas sus ovejas juntas y seguras durante la noche. Un vigilante cuidaba las ovejas, protegiéndolas de los depredadores y los ladrones. Por la mañana, dejaba que los pastores entraran en el corral para recoger a sus ovejas. Lo hacían llamándolas. Ls ovejas que reconocían su voz lo seguían. En vez de marchar detrás del rebaño, como lo hacen normalmente los pastores hoy en día, ellos marchaban por delante y sus ovejas les seguían. 

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Como es típico para Jesús, enseña  utilizando imágenes tomadas de la vida cotidiana. Pero eso no significa que se tratara de una forma sencilla de enseñar. Al contrario, Juan nos dice que los que le escuchaban no le entendían. A pesar de esto, Jesús no explica el significado de su parábola como lo vemos hacer en los sinópticos con la parábola del sembrador (veáse Mc 4, 13–20; Mt 13, 18–23; y Lc 8, 11–15). En cambio, toma y desarrolla en más detalle las imágenes principales -la puerta, el pastor y las ovejas.

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Jesús explica que él es la puerta, y que cumple una doble función. Como afirma el P. Raymond Brown, (1) "Él es la puerta por la que el pastor va a las ovejas; por tanto, los únicos pastores auténticos son los admitidos por Jesús. Los fariseos, al no pasar por Jesús, son ladrones.  (2) Él es la puerta por la que las ovejas entran al redil y salen a pastorear. Los que entran por esta puerta tendrán vida (Jesús es el agua de la vida, el pan de la vida y la puerta de la vida)". [3]

 

Jesús también afirma que no es solo un pastor entre muchos, sino que es el buen pastor. Y da dos razones por ello: (1) A diferencia de los asalariados, está dispuesto a dar su vida por sus ovejas. Y (2) conoce a sus ovejas y ellas le conocen a él. “Este conocimiento íntimo de su rebaño, que implica amor, es la razón por la que da su vida por ellas”.[4]

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Mientras Jesús enseñaba esto, debió tener en mente los numerosos pasajes del Antiguo Testamento que reprochan a los malos pastores de Israel. Por ejemplo:

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Me fue dirigida esta palabra del Señor: «Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza y diles: “¡Pastores!, esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar las ovejas? Os coméis las partes mejores, os vestís con su lana; matáis las más gordas, pero no apacentáis el rebaño. No habéis robustecido a las débiles, ni curado a la enferma, ni vendado a la herida; no habéis recogido a la descarriada, ni buscado a la que se había perdido, sino que con fuerza y violencia las habéis dominado. Sin pastor, se dispersaron para ser devoradas por las fieras del campo. Se dispersó mi rebaño y anda errante por montes y altos cerros; por todos los rincones del país se dispersó mi rebaño y no hay quien lo siga ni lo busque. Por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor: ¡por mi vida! —oráculo del Señor Dios—; porque mi rebaño ha sido expuesto al pillaje, y a ser devorado por las fieras del campo por falta de pastor; porque mis pastores no cuidaron mi rebaño, y se apacentaron a sí mismos pero no apacentaron mi rebaño, por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor: Esto dice el Señor Dios: Me voy a enfrentar con los pastores: les reclamaré mi rebaño, dejarán de apacentar el rebaño, y ya no podrán apacentarse a sí mismos. Libraré mi rebaño de sus fauces, para que no les sirva de alimento”». Porque esto dice el Señor Dios: «Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré. Como cuida un pastor de su grey dispersa, así cuidaré yo de mi rebaño y lo libraré, sacándolo de los lugares por donde se había dispersado un día de oscuros nubarrones. Sacaré a mis ovejas de en medio de los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las llevaré a su tierra, las apacentaré en los montes de Israel, en los valles y en todos los poblados del país. Las apacentaré en pastos escogidos, tendrán sus majadas en los montes más altos de Israel; se recostarán en pródigas dehesas y pacerán pingües pastos en los montes de Israel. Yo mismo apacentaré mis ovejas y las haré reposar —oráculo del Señor Dios—. Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con justicia». (Ez 34, 1–16)

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Nótese como esta profecía afirma que Dios mismo pastoreará a sus ovejas. Al afirmar que es el buen pastor, Jesús está manifestando que es el pastor divino.

 

Por último, Jesús también explica que tiene otras ovejas que no son de este redil (el de los judíos), pero que las traerá al redil para que formen un solo rebaño. Por un lado, se está refiriendo a las tribus perdidas de Israel. Pero, ¿cómo encontrará a las ovejas de las tribus perdidas? Recordemos que, tras ser exiliadas en el año 722 a.C., estas tribus desaparecieron por completo porque se asimilaron a las culturas paganas que las recibieron. Por lo tanto, para recuperar a las tribus perdidas, Jesús también tendrá que incorporar a los gentiles al redil. Así que, por otro lado, Jesús se refiere no solo a las tribus perdidas de Israel, sino también a todos los gentiles. 

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La Fiesta de la Dedicación reinterpretada

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La Fiesta de la Dedicación es la última tradición judía que Jesús reinterpreta en esta sección. Se celebraba unos 3 meses después de la Fiesta de los Tabernáculos, comenzando el día 25 del mes de Kislev (que ocurre a finales de noviembre o principios de diciembre). Esta fiesta se llama así porque conmemora la rededicación del templo después de que Antíoco Epífanes, el rey de los seléucidas, lo profanara sacrificando un cerdo en su altar y derramando su sangre sobre los rollos sagrados de las Escrituras. Lo hizo para suprimir el judaísmo convirtiendo por la fuerza a todos los judíos al paganismo. Esto condujo a la revuelta macabea, tal y como leemos en 1 y 2 Macabeos. Bajo el liderazgo de Judas Macabeo, los judíos reconsagraron su templo a Dios después de haber derrotado a sus opresores (véase 1 Mc 4, 35–59 y 2 Mc 10, 1–8).

 

Ahora, preguntan a Jesús: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente” (10, 24). Es la misma pregunta que le hará el sumo sacerdote durante el juicio (véase Lc 22, 67; Mc 14, 61; y Mt 26, 63). Entonces, Jesús dará una respuesta clara que será la causa de su condena a muerte. Pero como aún no ha llegado su hora, aquí responde con evasivas.

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Jesús les respondió: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano». (10, 25–28)


Nótese cómo vuelve a invocar a sus testigos, es decir, a sus obras que dan testimonio de él. Deben ser lo suficientemente claras para los que están bien dispuestos a ver y entender. Los que no creen no pertenecen a sus ovejas. Sin embargo, Jesús dará la vida eterna a los que crean en él. Vemos aquí cómo este pasaje está conectado temáticamente con el anterior sobre el buen pastor.

 

Como ha hecho continuamente a lo largo de los capítulos precedentes, Jesús pasa de hablar de sus obras a enseñar sobre su relación con el Padre.

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Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno. (10,29–30)

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Esto, como era de esperar, lleva a un nuevo intento para matarlo. Sus adversarios intentan apedrearlo por blasfemia. Es la tercera vez en el Evangelio que lo intentan (véase 5, 18 y 8, 59). En todos los casos, el motivo de la aparente blasfemia de Jesús fue su afirmación de ser igual o uno con Dios. En respuesta:

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Jesús les replicó: «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?». Los judíos le contestaron: «No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios». Jesús les replicó: «¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: sois dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”?». (10, 32–36)

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Jesús utiliza aquí una forma típica de razonamiento rabínico que argumenta de lo menor a lo mayor. El pasaje de las Escrituras al que se refiere se encuentra en los Salmos.

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Yo declaro: «Aunque seáis dioses, | e hijos del Altísimo todos». (Sal 82, 6)

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No está claro a quién se refiere este salmo, pero eso no viene al caso. El punto de Jesús es que, si las Escrituras llaman a otras personas “dioses” e “hijos del Altísimo”, ¿por qué se oponen a que se llame a sí mismo “Hijo de Dios”? Sobre todo porque ha sido consagrado y enviado al mundo por el Padre.

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Jesús hace un último apelo. Invita a la gente a juzgarle por sus obras, porque éstas atestiguan que el Padre está en él y que él está en el Padre. Pero esto acaba por rematar el asunto. En lugar de escucharlo, intentan arrestarlo una vez más. Esta sección del Libro de los Signos termina con la huida de Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado.

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Tareas

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  • Explica por qué Jesús trabajó en sábado

  • Describe cómo Jesús se presentó como el nuevo Moisés que nos dará el nuevo maná

  • Describe cómo Jesús reinterpretó las fiestas de los Tabernáculos y de la Dedicación

  • Explica la imagen de Jesús, el Buen Pastor

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Notas a pie de página

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[1] Pitre, Brant, JESUS and the Jewish Roots of the Eucharist, Image, New York, p. 84 [traducción propria].

[2] Citado en Pitre, Brant, JESUS and the Jewish Roots of the Eucharist, Image, New York, p. 91 [traducción propria].

[3] Brown, Raymond, The Gospel and Epistles of John, The Liturgical Press, Minnesota, 1988, p. 59 [traducción propria].

[4] Ibid, p. 59.

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