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Sexta unidad

La decisión de matar a Jesús

Painting of the resurrection of Lazarus

Schwäbisch, “Auferweckung des Lazarus”, CC BY-SA 4.0, via Bayerische Pinakothek

Sumario

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En los dos últimos capítulos del libro de los signos, la tensión entre Jesús y sus adversarios sigue creciendo. El evangelista subraya magistralmente el dramatismo del momento al presentar un tono muy sombrío. La muerte es el tema dominante a lo largo de estos dos capítulos. Esta sección se abre con la muerte de Lázaro. Jesús regresa a Judea para resucitarlo. Irónicamente, su regalo de vida se convertirá en la causa de su condena y muerte. A causa de este milagro, las autoridades deciden matarlo. Lo conseguirán, pero a lo largo del Evangelio, Juan nos hace saber que Jesús siempre mantiene el control de la situación. Jesús entregará voluntariamente su vida porque éste ha sido su plan desde el principio. 

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Objetivos de aprendizaje

 

Habrás completado con éxito esta unidad cuando puedas:

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  • Explicar cómo la resurrección de Lázaro condujo a la decisión de matar a Jesús.

  • Explicar por qué la repentina llegada de los griegos marcó la llegada de la hora de Jesús. 

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Introducción

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En esta unidad estudiaremos la última parte del Libro de los Signos (capítulos 11 y 12). En ella, el autor del Evangelio desarrolla aún más la trama elevando un escalón la tensión entre Jesús y sus adversarios. Leemos cómo los sumos sacerdotes y los fariseos convocan a todo el Sanedrín para conspirar para matar a Jesús. 

 

No es la primera vez que han querido hacerlo. Ya hemos visto en varias ocasiones cómo las acciones de Jesús, especialmente su actitud hacia el sábado y sus afirmaciones sobre ser el Hijo del Padre, provocaron una serie de enfrentamientos entre él y sus adversarios. A veces, éstos llegaron a ser tan acalorados que incluso intentaron matarlo en el acto. Pero se trataba de impulsos repentinos. Por eso, Jesús siempre pudo escaparse. La diferencia ahora es que su decisión de matarlo es voluntaria y premeditada.


El evangelista subraya magistralmente el dramatismo del momento al presentar un tono muy sombrío. La muerte es el tema dominante a lo largo de estos dos capítulos. 

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  • Lázaro muere (11, 1-44).

  • Los jefes de los sacerdotes y los fariseos conspiran para matar a Jesús (11, 45-54).

  • Jesús habla de su entierro (12, 1-8).

  • Los jefes de los sacerdotes deciden matar también a Lázaro (12, 9-11).

  • Jesús habla de su muerte (12, 27-36).

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La resurrección de Lázaro

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El capítulo 10 había terminado con la huida de Jesús de Judea porque intentaron arrestarlo. Pero ahora que su amigo Lázaro ha muerto, decide volver para resucitarlo, a pesar del peligro que ello supone. Al hacerlo, Jesús demuestra su amor por Marta, María y Lázaro. Irónicamente, su regalo de vida se convertirá en la causa de su condena y muerte.

 

Aunque en algunos momentos pueda parecer que los adversarios de Jesús tienen la ventaja, las palabras y las acciones de Jesús demuestran que siempre mantiene el control de la situación.

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«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». (11, 4)

 

Como ya hemos visto, para Juan, la “gloria” se refiere a la muerte y resurrección de Jesús. El signo de la resurrección de Lázaro es, por tanto, un puente que conecta el Libro de los Signos y el Libro de la Gloria.


Jesús ya había dicho que era la fuente de agua viva, la luz del mundo y el buen pastor. Ahora, añade otra afirmación: él es la resurrección y la vida. Y para demostrarlo, resucitará a Lázaro de entre los muertos.

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Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día». Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». (11, 24–27)

 

Cuando Jesús se enteró que Lázaro estaba enfermo, retrasó deliberadamente su ayuda para asegurarse de que estuviera muerto por cuatro días. Este retraso no solo añade dramatismo y suspenso a la historia, sino que también destaca la autenticidad de la resurrección de Lázaro.

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Según la creencia judía, el alma solo abandona el cuerpo después de tres días de muerto. Por lo tanto, al haber fallecido cuatro días antes, todos habrían considerado que Lázaro estaba realmente muerto, pues su cuerpo ya habría empezado a descomponerse. Por eso, cuando Jesús ordena a la gente abrir el sepulcro, “Marta, la hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».” (11, 39).

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Esto contrasta con su confesión precedente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (11, 27), cuando Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?" (11, 25–26). Aunque seguramente Marta fue sincera cuando le respondió, es evidente que no entendió el significado completo de sus palabras.

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Después de rezar a su Padre para darle las gracias, Jesús realizó su signo más grande al gritar en voz alta: "Lázaro, sal" (11:43). A continuación leemos cómo el muerto salió, con las manos y los pies todavía atados con vendas, y el rostro envuelto con un paño. Sobre el significado de este milagro, Andreas Köstenberger escribe:

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Así, el significado de la resurrección de Lázaro por parte de Jesús trasciende el hecho en sí. Ciertamente, la vida de Lázaro había sido restaurada milagrosamente. Pero para Juan, lo más importante es que la resurrección de Lázaro es un signo, es decir, una demostración de la verdadera identidad de Jesús: él es el Mesías, el Hijo de Dios. En particular, éste, el séptimo signo decisivo del evangelio de Juan, presagia la propia resurrección de Jesús. No podría darse una señal más poderosa. Así concluye el período de los signos de Jesús, confiado a los doce primeros capítulos de Juan. [1]

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Como siempre, la gente respondió a este milagro de diferentes maneras. Juan nos dice que muchos creyeron en Jesús por el milagro que acababa de realizar. Otros, por el contrario, denunciaron a Jesús ante los fariseos. En los pasajes que siguen, veremos las consecuencias de estas reacciones. Por un lado, los fariseos responden con odio y deciden matar a Jesús. Por otro lado, María responde con amor y le unge los pies. 

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La decisión de matar a Jesús

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Los fariseos convocan una reunión del Sanedrín, el tribunal principal y máxima autoridad ante los romanos. No pueden negar que Jesús ha realizado numerosos signos, pero les preocupa que, si no hacen nada, los romanos destruirán el templo.

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¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación.” (11, 47–48)


En respuesta, Caifás, el sumo sacerdote dice:

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Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera.” (Jn 11, 49–50)

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El evangelista añade un comentario editorial para decir que, ”Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte” (11, 51-53).

 

Todo el pasaje está lleno de ironía. Por un lado, parece que su preocupación es sincera. Quieren proteger a la nación y al templo. Pero la formulación que utiliza Juan sugiere que están más interesados en sí mismos y en sus privilegios especiales. El original griego solo dice “los romanos vendrán y destruirán... nuestro lugar...” El término “nuestro lugar”, puede significar el templo; pero también podría referirse su estatus privilegiado. 


Lo mismo puede decirse de la respuesta de Caifás. Cuando dice “... os conviene...” no está claro si se refiere a la nación o a sus colegas. Además, como señala Raymond Brown:

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Caifás, sumo sacerdote en ese fatídico año de la historia de Israel, pronuncia inconscientemente una profecía aún más irónica. Habla de un hombre que muere por el pueblo. Él quiere decir “en lugar de”; Juan, en cambio, quiere decir “en nombre de”. El Sanhedrín decide en matar a Jesús. [2]

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El capítulo 11 termina en un punto de suspenso, ya que Jesús se enfrenta a un difícil dilema. Se acercaba la fiesta de la Pascua. Como fiel judío, estaba obligado por ley a subir al templo de Jerusalén. Sin embargo, el Sanedrín acababa de decidir matarlo. Por eso, muchos “Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: «¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?».” (11, 56).

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A lo largo del Evangelio, Juan nos hace saber que Jesús siempre ha mantenido el control de la situación. Los fariseos harán que Jesús muera, pero, sin que ellos lo sepan, éste ha sido su plan desde el principio. Anteriormente Jesús había dicho: “Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla.” (10, 17). Ahora, vemos que es plenamente consciente de sus planes, y que elegirá libremente morir.

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María unge a Jesús

 

Si los fariseos respondieron a la resurrección de Lázaro con odio, María responde mostrando su amor por Jesús. La escena tiene lugar durante una cena. No está claro si estaban en casa de Lázaro o no, aunque se podría suponer que sí. Al menos Lázaro estaba en la mesa con Jesús, y Marta, fiel a su carácter, servía. Luego, María entró y ungió los pies de Jesús con un costoso ungüento.

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Jesús dijo: «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis». (12, 7–8)

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La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén

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Al día siguiente, Jesús subió a Jerusalén, demostrando una vez más que era el dueño de la situación. Si antes se había colado en la ciudad sin ser visto (véase 7, 10), esta vez su entrada no pudo haber sido más llamativa. Juan nos dice que los que habían presenciado la resurrección de Lázaro y habían llegado a creer en Jesús dieron testimonio de él, de modo que una multitud muy numerosa salió a recibirlo cuando se acercaba a la ciudad.

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Tomaron ramos de palmeras y salieron a su encuentro gritando: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel».  (12, 13)

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Aunque el Antiguo Testamento no prescribe el uso de ramas de palma durante la fiesta de la Pascua, en el siglo I estas ramas se habían convertido en un símbolo nacional. Al agitarlas y gritar de esta manera, el pueblo expresaba su esperanza en Jesús como el Mesías venidero. Esto habría tenido fuertes connotaciones políticas que no habrían pasado desapercibidas para las autoridades. 

 

Para calmar los ánimos, Jesús buscó un pollino para montarlo. En lugar de entrar en la ciudad sobre un caballo de guerra, eligió un humilde asno. Sus discípulos solo reconocieron el significado de este gesto después de la resurrección. Jesús estaba cumpliendo una de las profecías de Zacarías.

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¡Salta de gozo, Sión; | alégrate, Jerusalén! | Mira que viene tu rey, | justo y triunfador, | pobre y montado en un borrico, | en un pollino de asna. (Zac 9, 9)

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Jesús sí vino como rey, pero vino en humildad y en paz y no como un mesías político que buscaba derrocar la autoridad romana.

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La hora de Jesús

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A pesar de que los gestos de Jesús significan que venía con humildad y paz, sus acciones disgustan aún más a los fariseos. Se quejan de que “todo el mundo le sigue” (12, 19). Este es otro de las ironías de Juan. Por un lado, podría tratarse de una exageración hiperbólica, fruto de su frustración. Por otro lado, en el siguiente pasaje, leemos que algunos griegos querían hablar con Jesús. Verdaderamente, ¡el mundo entero empezaba a seguirlo!

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Jesús interpreta esto como una señal de que su hora ha llegado. Hasta ahora, se nos había dicho con frecuencia que la hora de Jesús aún no había llegado.

 

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Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». (2, 4)

 

Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. (4, 21)

 

En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán... No os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz. (5, 25–28)

 

Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora. (7, 30)

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Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora. (8, 20)

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Pero ahora, con la llegada de los griegos, Jesús dice: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre” (12, 23). Esto es extraordinario. ¿Por qué este cambio repentino? En el Antiguo Testamento, la conversión de los gentiles era una de las signos de la llegada del Mesías.

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«Esto dice el Señor del universo: | Vendrán igualmente pueblos | y habitantes de grandes ciudades. E irán los habitantes de una | y dirán a los de la otra: | Subamos a aplacar al Señor; | yo también iré a contemplar | al Señor del universo. Y vendrán pueblos numerosos, | llegarán poderosas naciones | buscando al Señor del universo en Jerusalén | y queriendo aplacar al Señor». «Esto dice el Señor del universo: En aquellos días, diez hombres de lenguas distintas de entre las naciones se agarrarán al manto de un judío diciendo: “Queremos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros”». (Zac 8, 20–23)

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En los días futuros estará firme | el monte de la casa del Señor, | en la cumbre de las montañas, | más elevado que las colinas. | Hacia él confluirán todas las naciones, 3caminarán pueblos numerosos y dirán: | «Venid, subamos al monte del Señor, | a la casa del Dios de Jacob. | Él nos instruirá en sus caminos | y marcharemos por sus sendas». (Is 2, 2–3)

 

Juan nos dice que los griegos estaban en Jerusalén para adorar en la fiesta. Este detalle es significativo. Significa que, aunque eran paganos, también adoraban al Dios de Israel. Para Jesús, el hecho de que incluso los paganos se acercaran a él era el signo de que su ministerio público entre los judíos había llegado a su fin. Había llegado su hora y estaba listo para morir. 

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No queda claro en el texto si los griegos llegaron a ver a Jesús porque, como es habitual en Juan, en este momento el diálogo se convierte en un monólogo. Jesús habla ahora de su próxima muerte. Sus palabras revelan que ciertamente no se ve a sí mismo como la víctima ni su vida como un fracaso. Al contrario, ésta era la hora para la que había venido y por la que sería glorificado.

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Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo». (12, 27–28)

 

Y Jesús revela que no es el mundo el que lo juzgará, sino que será él quien lo juzgue al mundo. Y esto sucederá cuando sea crucificado. 

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Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. (12, 31–33)

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Ahora que ha llegado su hora, está dispuesto a entregar su vida y pide a sus seguidores que hagan lo mismo.

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En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. (12, 24–26)

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Conclusión del Libro de los Signos


Entonces Jesús se aleja y se esconde de la gente. Juan interrumpe la narración para darnos su propia interpretación de los hechos. A pesar de todos los signos que Jesús había realizado, su pueblo sigue sin creer en él. Juan ya nos había preparado para esto en el prólogo.

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En el mundo estaba; | el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. (1, 10–11)


Esto no debe sorprendernos porque Isaías ya había profetizado que esto sucedería. El evangelista termina el libro de los signos dándonos un resumen de la enseñanza de Jesús.

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Jesús gritó diciendo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre». (12, 44– 50)​

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Tareas

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  • Explica cómo la resurrección de Lázaro condujo a la decisión de matar a Jesús.

  • Explica por qué la repentina llegada de los griegos marcó la llegada de la hora de Jesús. 

 

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Notas a pie de página

 

[1] Andreas Köstenberger, Encountering John, Baker Academic, Grand Rapids, p. 116 [traducción propria].

[2] Raymond Brown, The Gospel and Epistles of John, The Liturgical Press, Minnesota, 1988, p. 65 [traducción propria].

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